jueves, 14 de marzo de 2013

MARY WOLLSTONECRAFT: EL INICIO DE LOS DERECHOS DE LA MUJER


             Si tuviésemos que relacionar aquellas mujeres que han luchado por los derechos del género femenino nos faltaría espacio y tiempo, pero hay una, la iniciadora de una marea feminista que, ya por 1790 quiso acabar con la supremacía masculina, es la que hoy me causa mayor admiración.
            Imaginemos una época gris, donde el hombre era el único ser válido en el entorno familiar, puesto que las mujeres se sostenían para cuidar de la casa, tener hijos y educarlos en un constante sometimiento al hombre.
            Pero allí apareció ella, Mary Wollstonecraft. Nacida en Londres en 1759, segunda hija de una matrimonio de seis vástagos. Fue educada bajo el despotismo de su padre, Edgard John Wollstonecraft, quien intimidaba constantemente a toda su familia, sobre todo a su mujer.  Se gastó su fortuna, heredada de su padre, en diversas empresas agrícolas por todo el país, lo que llevó a su familia a vivir a lo largo y ancho de Gran Bretaña, hasta 1780, año en que murió su mujer
            Con diecinueve años, María se fue de casa junto a su hermana Eliza, quien estaba sufriendo maltrato por parte de su marido, y unidas a Fanny, su mejor amiga, crearon en 1784 una escuela en Newington Green, desarrollando allí su famoso panfleto denominado “Pensamientos sobre la educación de las hijas” (1787). Después de aquella experiencia en la educación, unida al fallecimiento de su gran amiga Fanny,  María decide marcharse y es contratada por la familia de Lord Kingsborough, en Irlanda para educar a sus hijos. Allí estaría hasta 1787, cuando se marcha a vivir a Londres para iniciar una carrera literaria.
            En 1788 se convierte en traductora y asesora literaria de Joseph Johnson, editor de textos radicales, infundiendo así en Mary la necesidad de expresar la opresión sufrida como mujer por parte del género masculino.
            En 1792 publicó un importante trabajo que abogaba por la igualdad de sexos y que se denominó “Vindicación de los Derechos de la Mujer”. En esta obra Mary aborrece las nociones predominantes masculinas y habla de que las mujeres son adornos indefensos del hogar. Dice que la sociedad genera “brutos” y que una existencia esclavizada hace que las mujeres se sientan frustradas y que se transformen en tiranas sobre sus hijos y sirvientes. La clave que propugna es la reforma educativa, dar a las mujeres acceso a las mismas oportunidades educativas que los hombres.             Las ideas de su libro eran verdaderamente revolucionarias en su momento y causó una gran controversia.

En 1792, mientras visitaba a unos amigos en Francia, conoce al capitán Gilbert Imlay, un comerciante de madera americana y aventurero y ella accede a convertirse en su concubina. A raíz de aquella relación, Mary queda embarazada y da a luz en 1794 a una niña a quien puso el nombre de Fanny, en honor a su amiga fallecida. Mientras amamanta a su niña se dedica a escribir una crítica conservadora de la Revolución Francesa, donde se habla severamente este hecho histórico.  Después del parto, la pareja inicia un viaje de cuatro meses a Escandinavia,  como marido y mujer, aunque sin casarse. A su vuelta Mary intentaría suicidarse  tirándose desde el Putney Bridge, porque Imlay la había abandonado, dejándola sola con la niña.

Pasado un tiempo, Mary conoce a William Godwin, fundador del anarquismo filosófico, quien compartía con ella la creencia de la tiranía del matrimonio, pero a pesar de ello, la pareja se casa porque Mary está de nuevo embarazada.

En 1797 nace su hija María (conocida después como Mary Shelley, autora de Frankestein) y ella muere en el parto.

Nos quedamos con sus escritos, con su trabajo, hartamente crítico con la época en cuanto al papel que la mujer tiene en el siglo XVIII. Fue una radical en el sentido que ella deseaba cerrar la brecha entre las actuales circunstancias de la humanidad y la perfección final. Fue hija de la Revolución Francesa y propugnó una nueva era de la razón y de la benevolencia, dándose a la tarea de ayudar a las mujeres a lograr una vida mejor, para ellas primero, después para sus hijos y por últimos para sus maridos; pero todo a través de la educación igualitaria. Por supuesto, se tardó más de un siglo en recoger sus ideas y en divulgarlas de manera no crítica, sino constructiva.

Aún hoy se la considera una heroína y su biografía comparte estancia con las de otras mujeres que enarbolaron en su momento la bandera del reconocimiento a la mujer, como un ser igual al del hombre.

  

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