Las mujeres
maltratadas no son las únicas que se sienten desprotegidas ante una situación
de violencia. Más de la mitad tienen hijos que sufren el acoso, la manipulación
y hasta los golpes. Niños y niñas que han asumido que el rol de la familia es
que el padre grite, amenace, insulte y golpee a la mujer.
Se les
llama “los pequeños olvidados” y es necesario con urgencia que la sociedad se
vuelque hacia ellos.
Poco a poco
las mujeres maltratadas se dan cuenta que no pueden continuar con esta
situación, precisamente, porque tienen hijos pequeños compartiendo un hogar
donde el horror y el miedo son contínuas sombras que cohabitan con ellos. Se va
dejando atrás aquel concepto de “no me separo por mis hijos”. Menos mal que se
va avanzando; pero a la vez se retrocede al no tener preparado un dispositivo rápido
y eficaz que consiga que un niño se olvide de lo vivido en su casa.
A estos
niños-adolescentes, lo único que les queda en el recuerdo pasado el tiempo, es
que palabra “familia” describe una cueva negra, con un monstruo que levanta la
mano y grita, según demuestran dibujos realizados ante psicólogos. Dibujos
donde el sol no sonríe y no sale humo de las chimeneas, ni las casas tienen un
camino verde con arbolitos. Y cuando se les pide a estos niños que dibujen a
sus padres y a sus hermanos, se percibe el alejamiento físico del padre y de la
madre: culpan a ambos, uno por infligir dolor y la otra por permitirlo. Se les
ve unidos a sus hermanos, sobre todo si éstos son mayores.
Para estos
niños, atrás quedaron los cuentos de hadas y los picnics familiares, las
vacaciones en la playa y las fiestas de fin de curso con sus papás cerca de
ellos.
Estos niños
se han hecho adultos dolidos y, sin tratamiento, lo seguirán siendo para el
resto de su vida, culpabilizarán a la sociedad en general del dolor sufrido, o
crearán su propia familia basada en la misma dictadura que han vivido, porque
no han conocido otra cosa.
Cuando un
niño tiene que declarar en un juicio a fin de relatar lo acontecido en su casa,
produce un dolor demasiado hondo. Se le ve narrar auténticas tragedias sin emociones,
sin inmutarse. Habla del dolor como algo normal con lo que ha vivido toda su
vida. (recordemos los niños que han visto cómo su padre asesinaba a su madre
delante de ellos). Un niño solo, en una sala plagada de personas mayores, debe
sentirse desprotegido, porque la ley pide explicaciones siempre del mismo modo,
y un niño es un niño. Y eso se olvida en una sala cualquiera de un tribunal
cualquiera.
Los niños
son los grandes olvidados, los más desprotegidos y la semilla que brotará
convertida en maleza o en rosal. Todo depende de que les ayudemos a olvidar lo
antes posible.