No me
gustan los programas de televisión donde la gente expone su vida privada
públicamente a cambio de un minuto de gloria. Siento pena por ellos. La vida es
tan personal, tan difícil de contar, que debería ser un tesoro del que repartir
monedas a unos pocos elegidos a los que se les llama amigos.
Pero hay
hechos que a veces te ponen los pelos como escarpias y compruebas otras
realidades y otros motivos por los que seguir luchando y hablando a la gente
para que abran los ojos. Mucha gente necesita ayuda, terapia, una mano amiga
que la saque del pozo del que está metida, aún sin saberlo.
Relató
algunos episodios que había vivido con él y aquello me resultó sumamente
familiar a muchos casos que he escuchado de propia voz, de cómo una persona
puede tener adicción a otra, con el
pretexto de amarla, mientras el otro la está maltratando hasta lo indecible sin
que ella sea consciente de lo que está pasando. Insultos, desplantes e
infidelidades llenaban el relato de lo vivido por esta chica quien aún seguía
poseída por el espíritu de su ex. Y en ese momento, cuando supuestamente ella
le debe perdonar y abrazarle, para seguir así un guión preestablecido, por una
vez vi un atisbo de sabiduría en un presentador que se interpuso a continuar
con aquella escena y ser partícipe de una relación de dolor no superado por
parte de la chica. La hizo levantarse y marcharse sin permitirle ni tan
siquiera ver a su ex frente a ella. Fue un detalle en un programa televisivo
donde todo está permitido con tal de tener audiencia, que me llamó mucho la
atención y donde no tengo por menos que aplaudir al presentador.