La misoginia es un gravísimo problema
que existe en algunos sectores altamente extremistas de algunos países. A
veces, los castigos recibidos por las mujeres son tan brutales, que hasta los
gobiernos han tenido que tomar medidas, al menos cara al mundo, para castigar a
quienes cometen atrocidades contra las féminas.
En el mes de enero de este año, una
mujer paquistaní tuvo que cumplir la pena de ser violada por un padre y sus dos
hijos, como castigo por la relación “ilícita” que mantenía el hermano de ella
con la hija y hermana de los violadores.
Aún persiste en Pakistán, como en tantos
otros sitios, el “Código de honor” establecido por un consejo de “sabios” que
dictamina penas por delitos cometidos en la comunidad.
En este caso, como se suponía que la relación
del hermano de la castigada era “ilícita”, el deshonor debía ser vengado con
deshonor, y por ello, esta chica de cuarenta años, sin conocimiento de lo que
pasaba, se encontró asaltada en su domicilio, en el distrito de Muzaffargarh, en el estado de Punjab y sometida por la fuerza a esta brutal
agresión.
Ante la presión de medios sociales y
políticos de presión, la policía detuvo a tres personas, dos violadores y el
lider del consejo tribal; y aseguró Khan, el jefe de la policía que llevaba la
investigación, que la mujer “solamente había puesto una denuncia por intento de
violación” contra los acusados. Después se supo que lo había hecho debido a
presiones policiales.
El problema de la mujer en países donde
los regímenes extremistas proliferan, tal es el caso de Afganistán, Pakistán,
India… aún se siguen dictaminando castigos al margen de la justicia universal y
legalizada.
No debemos olvidar el caso de Lab Bibi,
la joven afgana de 18 años que fue violada por un supuesto desaire de un
pariente lejano, al responsable de su agresión.
El calvario de Lal Bibi comenzó el día
17 de mayo de 2012, cuando un grupo de policias se presentó en la jaima donde
vivía con sus padres y, sin mediar palabra, la secuestraron. El jefe la entregó
a un hombre quien la encadenó a la pared
y la violó y golpeó durante cinco días, como venganza a una afrenta de honor
que le hizo un primo lejano a una de sus hijas. No se sabe si por una dote que
no pudo pagar, o porque trató de escaparse de ella.
Por este hecho, Lal Bibi tuvo que pagar
a su corta edad, con las costumbres de un clan que juzga e impone penas según
su criterio, siempre pagadas por mujeres y dejando en libertad a quien comete
el delito.
La historia de esta chica es demasiado
grave como para que el mundo no la conozca, porque, aunque tuvo suerte de que
su familia se volcó con ella y luchó contra todo y contra todos buscando
justicia fuera de su entorno, el calvario por el que aún está pasando es
sobrecogedor.
Consiguió desenterrar la idea de
suicidarse, recibió el apoyo de movimientos globales, y hasta militantes políticos
de su país (dudo que certeros cien por cien de la barbarie, al menos algunos de
ellos) se volcaron con Lal, la ocultaron de su entorno y procuraron
rehabilitarla del estado de horror que había vivido.
Hechos como estos se suceden demasiado a
menudo en sociedades a las que en occidente se ampara bajo el escudo de la
culturalidad. Contra ellos hay que luchar con voz fuerte y paso firme, pues el
amilanamiento de quienes le rodean, hacen que no se conozcan muchísimos de los
casos que ocurren.