Quienes hemos estado al otro lado y pudimos cruzar la línea de nuestras propia dignidad, sabemos que el maltrato te limita, te somete y te destroza. No son solo los golpes que se suelen ver, los que pueden delatar un hecho, son los otros palos, los interiores, los de los insultos, los del control de tu propia vida, los del manejo de tus opiniones, de tus conversaciones, de tus amistades. Llega un momento que, sin ser consciente de ello, te has convertido en una marioneta de otra persona, a la que intentas agradar, elogiar y defender aunque lo que te diga duela. Crees que eres una mártir por soportar todo aquello y prometes que a tus hijos no consentirás que eso que tú estás padeciendo, nadie se lo haga a ellos.
Entonces, ¿por qué a tí si, por qué permites que te lo hagan? Sobre todo, sabiendo que lo que se viva en tu casa será lo que aprendan para un futuro, y creerán que es lo normal.
Cuando somos maltratadas psicológicamente no somos conscientes de ello, no nos damos cuenta de nuestra realidad, pues se nos ha inculcado desde pequeñas que debemos aguantar, que tenemos que ser heroínas que recibirán su recompensa en el futuro. Y cuando llega ese futuro, ¿qué encuentras?
Los maltratadores psicológicos son sibilinos, gente astuta en algunos casos, a los que excusamos su alto nivel cultural para darles la razón cuando nos amenazan o nos insultan. En otras ocasiones, sabiendo que no dan más de sí, los expiamos por ello. El caso es que siempre damos la razón al macho que piensa de nosotras que no alcanzamos sus objetivos y que si lo hacen es porque nos aman. Y eso nos sucede desde pequeñas, desde que en la cuna nos pusieron los colores rosa para diferenciarnos antes de tener conciencia, de que debemos soportar y mitigar nuestra propia personalidad a otro ser.
Luego ocurre algo. Quizás él se marcha, quizás se aburre de nosotras, quizás una simple palabra contra algo que queremos mucho nos hace despertar y empezamos a preguntarnos qué hemos hecho para permitir que se nos trate así. Pero aún queda un paso muy importante: el actuar.
Y para actuar, hay que contarlo, hay que buscar ayuda, saber qué hacer. Lo principal es conocernos a nosotras mismas, poner límites al mal trato que nos regala nuestra pareja cada día y que, como costumbre, asimilamos como Ley.
Las mujeres somos personas, tenemos una vida y hemos estado soñando con un futuro durante nuestra juventud hasta que esta tiene que variar obligatoriamente de rumbo porque a la persona en quien has depositado tu amor, se le antoja.
Las deshinibidas son las otras, las mujeres de la calle, pero no lo pueden ser ni la madre, ni la mujer, ni la hija ni la hermana. Es un pensamiento tan patriarcal y tan introducido en nuestro pensamiento desde esa dictadura que sufrieron tantas mujeres y que tan mal se lo hicieron pasar.