El problema surge cuando la historia se da la vuelta, cuando la calabaza no aparece a las ocho de la noche, antes de irnos al baile, sino que, por más que le hagamos zig-zag con la varita mágica, jamás se convierte en lo que soñábamos.
Hay que ser más realistas.
Durante muchos años nos han hecho creer que nuestro papel en la sociedad es fomentar el papel de una irrealidad y vivir de él. Hemos dejado que los sueños prevalezcan sobre la verdad, que las expectativas sobre el ser humano, sean muy altas. Pocas son las mujeres que sueñan y viven ese sueño, porque soñar es una cosa y vivir es otra.
La primera vez que discutimos, pueden hacernos creer que la culpa es nuestra. Quizás lo sea. La segunda vez pensamos que quizá el sueño no sea tan real. La tercera bronca nos puede hacer aprender dos cosas, que la relación no funciona, o que nos está manipulando nuestra pareja, a fin de parecer que siempre somos la parte negativa de los dos. La moneda se da la vuelta y aparece la cruz.
Aquí debería decidir una mujer qué hacer, qué quiere, qué esperaba de una relación. No esperar a una cuarta, a una quinta vez. La vida no es eterna, ni larga; ni nadie tiene el derecho a levantar la voz contra otra persona. Ni tú a él, ni él a tí. Simplemente hay cosas que no funcionan, aunque nos empeñemos en hacernos creer que son hechos aislados.
Y cuando te levanta la mano. Ahí el sueño sí que ha desaparecido. Una bofetada debe servir para hacernos ver la realidad. Pensar que ha llegado el fin de la película y que nos equivocamos de film. Una agresión es imperdonable, es injusta, es discriminatoria y es, en definitiva, bajar un escalón que, como mujeres, nos costó mucho subir.
Si continuo revisando las noticias, descubro que en Torremolinos han detenido a un hombre por pegar con rabia, en mitad de la calle a su pareja, mientras ella gritaba y pedía ayuda.
¿Ese es el sueño que perseguimos? ¿Esa es la cenicienta en la que nos empeñamos en convertirnos cueste lo que cueste?
Hay que despertar, dejar el vestido de tul a un lado y poner los pies en el suelo, con la fe viva en creer que tú, mujer, eres única, auténtica e irrepetible, que te quieres y que nadie lo va a hacer como tú misma.
El mejor método para acabar con el maltrato a la mujer es empezar a ser una misma, a creerse importante para tí misma, y defenestrar todo aquello que pueda herirte, aunque sea el príncipe que un día apareció en tu vida y del que esperabas más besos de los que llegaron, y más abrazos de los que se produjeron.