Hoy no he vivido en el recuerdo que te relatan, sino en el presente de lo que está viviendo esta chica. Me he visto yo misma hace ya muchos años, y sé lo que pasa por su cabeza y por su corazón. Me hablaba de pena y de vergüenza, de querer paralizar el tema judicial porque lo único que pretende es que se separen de forma civilizada y no ocurra nada más. He visto el miedo a las represalias.
Se la veía fuerte en sus convicciones, pero dolida, muy dolida por lo que estaba viviendo. No quiere seguir con él, pero sabe que no la va a dejar en paz si ella no actúa. Al menos era lo que yo trataba de inculcarle. Nada de quedarse con los brazos cruzados. Sino es por ti, hazlo por la siguiente, le decía yo. Y cuando le he visto la cara a él, que como buen cobarde iba acompañado de su madre para hablar con ella, y he notado ese nerviosismo, ese dolor en los ojos de ella, me he ratificado en que no deje nada a merced de un juez que al menor descuido archiva un caso de maltrato.
¿Qué pasa si esta noche, mientras ella duerme, o intenta hacerlo, sola en su casa, este malnacido se presenta en su casa y termina con ella? ¿A quién se le van a pedir entonces responsabilidades?
No es la primera vez que me encuentro con casos de maltrato en los que, tanto los psicólogos de ciertos CAVIS (Centro de Ayuda a Mujeres Victimas de Violencia de Género), policía o instancias judiciales, se cruzan de brazos porque no hay sangre, ni muerte.
El maltrato, el sufrimiento de las mujeres amenazadas se ve en los ojos de las víctimas. Y quien lo ha vivido, lo sabe y lo detecta en seguida.
"Sé fuerte", le decía yo; "llámame o ven a casa hasta que esto pase". Y mientras escribo esta nota, ella lo esta pasando terriblemente mal y terriblemente sola.