No creo que haya nadie que justifique la violencia de género
como un acto meritorio del comportamiento de una persona, de una mujer en este
caso. La conciencia social se ha vuelto muy intolerante con este tema. Ya no
representa un tema tabú, nadie habla del maltratador como hace unos años,
cuando se amparaba a quien levantaba la mano e, incluso, se aplaudía su
actitud, como un síntoma de hombría ante una esposa “desviada”.
Ahora bien, la aparición de la Ley contra la Violencia de Género,
igual que ha amparado a las víctimas, también ha supuesto un arma de doble filo
hacia aquellas mujeres que, queriendo aprovecharse de los vacíos legales que la
misma exhibe, han hecho de auténticos inocentes, víctimas perseguidas por la
sociedad.
La mujer ha conseguido que se le escuche, que se le ampare;
pero también, en algunos casos, gracias a Dios los mínimos, ha hecho de ésta un
ser malvado, capaz de utilizar un derecho y un arma de defensa, en contra de
aquellas féminas que realmente están sufriendo un calvario al lado de un
hombre.
El caso de las denuncias falsas, arduamente puesto sobre el
tapete por aquellos hombres agredidos, ha hecho que un tema tan doloroso se
convierta en núcleo de atención en diversas charlas, y con ello, se desvirtúe a
las auténticas víctimas de estos delitos que, lejos de acabarse, van en
aumento.
El caso más llamativo del mal uso que sobre la Ley de Violencia de Género se
hace, es el de una mujer que, sintiendo fobia a los insectos, encontró una
cucaracha en su vivienda. Automáticamente, llamó a su marido al trabajo para
que acudiese a matar dicho insecto. El marido, quien trabajaba a una distancia
considerable del domicilio conyugal, le dijo que cerrase la puerta y no
entrase, que aprovechase para darse una vuelta o hacer alguna visita hasta que él
acudiese. La mujer, ni corta ni perezosa, llamó a los bomberos para que
quitaran la cucaracha de la casa. Una vez realizada esta acción, la susodicha
acudió a la comisaría de policía de la localidad con el fin de denunciar a su
marido por no asistirla cuando le necesitaba. Tal cual. La denuncia siguió su
curso, puesto que alegó maltrato psicológico, y el hombre tuvo que enfrentarse
a una serie de comparecencias, hasta que se demostró cuál había sido el delito.
Parece un chiste, pero fue real. Sucedió en España en 2010.
Igualmente, en ese año, un juzgado tinerfeño, recibía la denuncia contra el
Gobierno Canario y dos ayuntamientos, de un hombre que había permanecido durante
tres años sin poder ver a su hija, y otros cuatro años viéndola unas horas a la
semana, mientras ésta vivía parte de ese
período con su madre en una chabola, al haberle denunciado la mujer por
maltrato, demostrado posteriormente que era falso.
Martí T. de 34 años en 2010, a punto de marcharse
de vacaciones con sus dos hijos pequeños, fue detenido por la policía delante
de ellos, como consecuencia de una denuncia por presuntos abusos sexuales a los
menores, propugnada por su ex mujer. A partir de ese momento, un auténtico
calvario fue el vivido por este hombre quien, sin comerlo ni beberlo, vio como ingresaba
en prisión para cumplir una pena preventiva en espera de juicio.
Posteriormente se comprobó, por los médicos forenses (a los
cuatro meses), que ni el padre ni ninguna otra persona había abusado de los niños,
sino que se descubrieron indicios claros de que los pequeños habían sido “presuntamente”,
inducido por la ex cónyuge de Martín, para que “recitaran” una serie de
acusaciones contra su padre en ese sentido.
Hoy, con una sentencia donde se le otorga la total libertad,
y después de haber sufrido este hombre lo indecible, nadie pide perdón, nadie
inicia una acusación particular contra su ex mujer, nadie le resarce de los
cuatro meses que pasó en prisión.
Muchos más cercanos son casos de separación donde la mujer
echa mano de la Ley
que la debe proteger, para sacar beneficio propio.
Es una pena que un arma que debe utilizarse para ayudar a una víctima, se convierta por el
mal uso y la desvergüenza, en un medio de presión para alcanzar unos objetivos,
haciendo un manejo desorbitado del mismo.
Señores, denuncien. Ante cualquier atropello sin sentido,
tan inocente es una mujer como un hombre, y para eso existen otras leyes que
deben de ampararles.
Ahora bien, ante el maltrato demostrado, aténganse a las
consecuencias, porque las penas, deberían ser más duras.