Color rosa para niñas, color azul para niños. Esta es la absurda idea que se tienen de los
colores al asociarlos con la ropa y los atrezzos de los niños y de las niñas. Cada
uno tiene que estar separado desde el momento en el que nace.
Cuando a
una niña se la identifica con un color, no sabemos el daño que le estamos
haciendo para su futuro.
El color
rosa está íntimamente relacionado con el mundo privado, con los vínculos
afectivos, con las interrelaciones personales, con el mundo de lo privado, el
sometimiento y la reproducción. Es un color dulce con el que vestimos a
nuestros niñas para que incorporen el modelo de “mujercita”. Con ello se les
vincula a la dependencia y el sentimiento de autoestima se vincula a agradar a
los demás.
Aún hoy, el
hecho de ser madre se antepone al de ser una profesional. Sin ir más lejos,
cuando un matrimonio trabaja, quien falta de su puesto es la madre para acudir
al médico y atender a sus hijos. Así se está considerando a la mujer como una
carga para el empresario. Es una tarea no compartida en la mayoría de las
parejas.
Desde
pequeñas nos han enseñado que para ser mujer hay que ser bondadosa, discreta y
bella. La discreción hace referencia a la imagen de persona suave y callada, a
pasar desapercibidas. La bondad significa cuidar a los demás y hay una gran
presión social para que esto se cumpla. El ejemplo claro lo tenemos en la
dependencia que ejercen los abuelos y abuelas al ser adultos, al necesitar de
una atención que, en un porcentaje altísimo, le dan las hijas antes que los
hijos.
El mandato
de que debe ser bella, incluye la orden de que debe ser guapa, delgada,
atractiva y eternamente joven. Es la única forma de que sea visible y
reconocida en la sociedad.
Estos
estereotipos, acentuados unos y avanzados en su demolición en otros casos, son
los que inculcamos con un simple color a las niñas: el rosa.
Mientras
tanto, a los chicos se les asocia con el color azul. Un color que se relaciona
con el mundo profesional y público. Está asociado a la producción.
Se les
enseña que la autoestima debe basarse en el ambiente público, principalmente,
orientándoles desde pequeños a la motivación de logro hacia el exterior y a no
darle importancia al ámbito privado.
A los
chicos se les presenta la vida como un escenario donde deben probar su
competencia en el mundo profesional y productivo, mientras que en el entorno
familiar se les influye para que sean cuidados y atendidos.
Los
mensajes que reciben son de visibilidad, dominación y superioridad. Por el
hecho de pertenecer al “sexo fuerte”, se les tiende a sobrevalorar, sobrexigir
e infraproteger.
Se les
permite mayor agresividad y actividad, reprimiendo sus expresiones de debilidad,
ternura, miedo, inseguridad o tristeza.
El color
azul del niño está diciendo todo lo anterior.
Si una niña
exige un color azul, un camión como regalo o una caja de herramientas, está
demostrando que no es una niña como la que quisiéramos; se le denomina “marimacho”
porque sus gustos no están dentro de los estereotipos que la sociedad ha
decidido que debe estar.
Si por el
contrario, un niño quiere una muñeca para jugar o le gusta un jersey de color
rosa, o demuestra demasiado afecto por los demás, se le tacha de “sensiblero”, poco
hombre” o incluso, despectivamente “marica”.
No debemos
olvidar nunca que es la sociedad la que impone estas normas, así pues el
ejercicio de bordar es femenino en España, mientras que en Pakistan o Marruecos
son los hombres quienes lo hacen y, además, en la puerta de su casa, mientras
que aquí es el interior de la misma.
Construir
una casa en Europa es cosas de hombres, mientras que en Vietnam, India o Bali,
lo hacen las mujeres.
Históricamente
la mujer se ha asociado con las tareas agrícolas, mientras que hoy en día, es
difícil ver una mujer encima de un tractor. Ha cambiado en este ámbito el papel
jugado por la mujer, para pasar a ser de los hombres.