martes, 10 de diciembre de 2013

UN COLOR VALE MÁS QUE MIL PALABRAS

            Color rosa para niñas, color azul para niños. Esta es la absurda idea que se tienen de los colores al asociarlos con la ropa y los atrezzos de los niños y de las niñas. Cada uno tiene que estar separado desde el momento en el que nace.
            Cuando a una niña se la identifica con un color, no sabemos el daño que le estamos haciendo para su futuro.
            El color rosa está íntimamente relacionado con el mundo privado, con los vínculos afectivos, con las interrelaciones personales, con el mundo de lo privado, el sometimiento y la reproducción. Es un color dulce con el que vestimos a nuestros niñas para que incorporen el modelo de “mujercita”. Con ello se les vincula a la dependencia y el sentimiento de autoestima se vincula a agradar a los demás.
            Aún hoy, el hecho de ser madre se antepone al de ser una profesional. Sin ir más lejos, cuando un matrimonio trabaja, quien falta de su puesto es la madre para acudir al médico y atender a sus hijos. Así se está considerando a la mujer como una carga para el empresario. Es una tarea no compartida en la mayoría de las parejas.
            Desde pequeñas nos han enseñado que para ser mujer hay que ser bondadosa, discreta y bella. La discreción hace referencia a la imagen de persona suave y callada, a pasar desapercibidas. La bondad significa cuidar a los demás y hay una gran presión social para que esto se cumpla. El ejemplo claro lo tenemos en la dependencia que ejercen los abuelos y abuelas al ser adultos, al necesitar de una atención que, en un porcentaje altísimo, le dan las hijas antes que los hijos.
            El mandato de que debe ser bella, incluye la orden de que debe ser guapa, delgada, atractiva y eternamente joven. Es la única forma de que sea visible y reconocida en la sociedad.
            Estos estereotipos, acentuados unos y avanzados en su demolición en otros casos, son los que inculcamos con un simple color a las niñas: el rosa.
            Mientras tanto, a los chicos se les asocia con el color azul. Un color que se relaciona con el mundo profesional y público. Está asociado a la producción.
            Se les enseña que la autoestima debe basarse en el ambiente público, principalmente, orientándoles desde pequeños a la motivación de logro hacia el exterior y a no darle importancia al ámbito privado.
            A los chicos se les presenta la vida como un escenario donde deben probar su competencia en el mundo profesional y productivo, mientras que en el entorno familiar se les influye para que sean cuidados y atendidos.
            Los mensajes que reciben son de visibilidad, dominación y superioridad. Por el hecho de pertenecer al “sexo fuerte”, se les tiende a sobrevalorar, sobrexigir e infraproteger.
            Se les permite mayor agresividad y actividad, reprimiendo sus expresiones de debilidad, ternura, miedo, inseguridad o tristeza.
            El color azul del niño está diciendo todo lo anterior.
            Si una niña exige un color azul, un camión como regalo o una caja de herramientas, está demostrando que no es una niña como la que quisiéramos; se le denomina “marimacho” porque sus gustos no están dentro de los estereotipos que la sociedad ha decidido que debe estar.
            Si por el contrario, un niño quiere una muñeca para jugar o le gusta un jersey de color rosa, o demuestra demasiado afecto por los demás, se le tacha de “sensiblero”, poco hombre” o incluso, despectivamente “marica”.
            No debemos olvidar nunca que es la sociedad la que impone estas normas, así pues el ejercicio de bordar es femenino en España, mientras que en Pakistan o Marruecos son los hombres quienes lo hacen y, además, en la puerta de su casa, mientras que aquí es el interior de la misma.
            Construir una casa en Europa es cosas de hombres, mientras que en Vietnam, India o Bali, lo hacen las mujeres.

            Históricamente la mujer se ha asociado con las tareas agrícolas, mientras que hoy en día, es difícil ver una mujer encima de un tractor. Ha cambiado en este ámbito el papel jugado por la mujer, para pasar a ser de los hombres.