He asistido a muchas charlas, he dado mucha información, pero parece ser que el encaje de bolillos interesa más. Ayudar a una vecina está bien, pero solo dándole sal o recogiéndole un pedido del correo. Lo demás está de más.
Si sales del círculo de la ayuda y quieres implicar a más gente, el tema es complicado. A veces hasta desalentador.
Tras sesenta kilómetros, dos horas y media de información, de contestar a las preguntas que te hacían, de insistir hasta la extenuación qué podían hacer ellas para ayudar a las mujeres maltratadas que, según propias declaraciones, "aparecían como champiñones" a su alrededor, habiéndoles indicado que era sencillo, solo era cuestión de participación activa, y si tan solo querían colaborar con la asociación que representabamos, Ni Ilunga, o colaborar con la simple compra de un libro por 10€, su comentario al finalizar fue: "Vámonos a tomar algo, chicas". Quizás fue para celebrar que ya habían colaborado con la causa, que al sentirse informadas, debían celebrarlo con un chocolate con bollos, porque ya estaba todo hecho.
Plasmar aquí la sensación que me produjo, tanto a mí como al secretario de la asociación, de haber perdido el tiempo, de haber sembrado en barbecho, de que lo que hacías no valía para nada, sería poco si ponemos en la balanza la riqueza que hemos obtenido en otras comparecencias.
Porque el concepto que tenemos de ayuda es "que lo hagan otros", cuando el caso de la violencia de género es un hecho tan real, tan cercano y tan triste que a todos nos puede pasar, que no podemos volver la cabeza.
Nuestra página niilunga.com está abierta a todo el mundo. Conectados 24 horas, con el apoyo de unos pocos, estamos consiguiendo ayudar a mucha gente, y eso es lo único que cuenta.
Necesitaba dejar aquí, después unos días de aquella charla, una vez relajada, cómo me sentí; y lamento profundamente que la gente, y más las propias mujeres, se tomen el tema como una excusa para salir de su casa y merendar con las amigas, sin pensar por un momento en que lo que allí se contaba era real y duro; incluso para algunas de ellas dentro del entorno familiar.
En fin, una decepción, pero que solo quedará como una anécdota más, como la de aquel maltratador que quería que nuestra asociación se presentara en su causa como defensora de haber agredido a su pareja. Tremendo, sí, para echarse las manos a la cabeza, pero real.