martes, 25 de febrero de 2014

EL SUICIDIO DE FATIMA

Se llamaba Fátima, tenía 16 años y sus padres quisieron dejarla sin vida al concertar un matrimonio en Marruecos, con un hombre de más de 60 años.
Fátima vivía en España, en Murcia. Su vida se desarrollaba en el pueblecito de Roldán donde, según sus amigas, era una niña alegre, una adolescente que disfrutaba de poder estudiar, de relacionarse con gente de su edad y que no quería, por nada del mundo, cambiar eso por una vida condenada a la depresión, a tener que limpiar las babas de un hombre mayor que podría ser su abuelo, y a ser tratada como una basura en casa de su futura suegra.
Sus padres querían dejarla sin vida, y lo han conseguido.
Fátima alertó con quitarse de enmedio, eligió utilizar su pañuelo, ese elemento tan unido a una religión extremista y que había comenzado a utilizar precisamente este último año, para quitarse la vida.
Estaba desesperada. Imaginemos que nos ocurre a nosotros, a nuestras hijas con esa edad donde se empieza a disfrutar del mundo, a ser consciente de las altas expectativas que te da la vida, a ser feliz, a pesar de los contínuos esfuerzos de su familia por coartar su libertad.
Llama la atención que todos en el instituto lo sabían, el director, el jefe de estudios; y que se excusan argumentando que no pensaban que esa decisión fuese a corto plazo, tanto la de sus padres de casarla, como la de Fátima de quitarse la vida. No entiendo ahora las lamentaciones cuando la niña estaba pidiendo a gritos desesperadamente que la ayudasen. Aunque fuese a más largo plazo, la alarma tenía que haber saltado.
Aún así, en este instituto, imagino que como en muchos otros, es algo que se observa, se sabe y se siguen cruzando los brazos. Y aquí me dirigo a esas organizaciones españolas que alaban el hecho de que una niña tenga que taparse la cabeza con un pañuelo que denota claramente presión religiosa y/o social, dentro de unas normas arcaicas y fuera de todo razonamiento.
Que no siga nadie vendiéndome que el hecho de que se respeten los pañuelos en la cabeza de niñas es algo unido a una cultura que hay que respetar, porque yo, personalmente, esto no lo puedo tolerar; y más cuando los índices de lo acaecido a Fátima, están elevándose a marchas forzadas en colegios e institutos de toda España.
Que conozcamos, el suicidio es la principal causa de muerte de mujeres menores de 50 años en la India, por no poder soportar la esclavitud a la que les ha llevado un matrimonio concertado.
En 2010, unas 78.000 mujeres se quitaron la vida en India entre edades comprendidas entre los 15 y los 49 años, y dentro de ellas, un 59% tienen menos de 29 años. La segunda causa de muerte es por heridas causadas por quemaduras de fuego o sustancias calientes, mientras que la tercera es por partos mal asistidos o en mujeres que aún no tienen una edad prudente para quedarse embarazadas: niñas.
El ejemplo más claro de lo que sucede en India fue la operación de cambio de sexo a la que se sometió una abogada, ante el hecho de que su familia estuviese negociando una boda concertada para ella. No era transexual, simplemente no quería asumir ese matrimonio.
En 2005, en los países en desarrollo, más de 65 millones de mujeres de edades entre los 20 y 24 años, fueron registradas como casadas antes de cumplir los 18 años. Más de 30 millones de estas mujeres vivían en el sudeste asiático. En Nepal, el 7% de las niñas fueron casadas antes de cumplir 10 años de edad.
Cada año, unos 14 millones de niñas de entre 14 y 19 años se casan y son madres como resultado de la presión de sus familias, muriendo en un porcentaje demasiado alto.
Fátima estaba dentro de lo que vemos que ocurre en otros países, y vivía en España.
Cuando encontraron su cuerpo, junto a la mochila, había escrito en árabe "No quiero molestaros más" y "No tengo fuerzas para seguir viviendo".
El suicidio de Fátima ha supuesto que su familia quede desprestigiada frente a la sociedad islámica y, espero fervientemente, que el Ministerio Fiscal actúe contra ellos por inducción al suicidio.
No es el único caso que ha llegado hasta nosotros. Otra menor, también de 16 años, decidió suicidarse en Larache (norte de Marruecos) tras ser obligada a casarse con su violador, diez años mayor que ella, y que sometía a la niña a un duro maltrato, hecho que no conmocionó a su padre, quien no quiso saber nada de ella, puesto que ya había cumplido con su obligación de casarla.
Descansa en paz, Fátima, y que tu lección sirva para abrir los ojos a los cientos de miles de padres que, basándose en unas costumbres totalmente denunciables, hacen de sus hijas auténticos despojos humanos.