Y ahí
tenemos el último ejemplo, el señorito Diego Matamoros que está colmando las
cuotas de pantalla y las revistas del corazón a costa de un supuesto delito de
maltrato a su ex compañera.
No sé por
qué, pero las palabras que suelta mientras “supuestamente” llena su bolsillo
por un hecho tan despreciable, me suenan a las mismas que un condenado por
violencia de género emite ante un juez: “pensé que íbamos a volver”, “lo hice
mal, lo sé y lo siento” “ella siempre ha sido el amor de mi vida”, “me
equivoqué”…
¿Suenan o no
suenan a otras tantas veces parafraseadas por un condenado por agresión e
incluso homicidio contra su ex pareja? Como mujer maltratada, me chirrían los
oídos y me causan tal repelús que desde aquí soy capaz de hacer magia negra
contra el medio, en este caso revista, que ha publicado tales alegaciones
defensivas del susodicho Matamoros.
Estos hechos
me producen escalofríos porque admite la rabia la sentía al ver a su ex con
otro chico, admite que fue violento…¿qué más queremos saber? Y encima pide
perdón en un medio de comunicación como lo es una revista, intentando hacer que
miles de mujeres vean a esta persona como una víctima de la violencia de
género.
Es un tema
del que se va a hablar mucho y del que se sacarán, siempre supuestamente,
buenos dividendos, teniendo en cuenta la catadura moral al hablar de sus bajos
fondos familiares de los que rodean al protagonista de este triste suceso.
El culpable,
según sus propias palabras, es él mismo, pero siempre hay encubridores, actores
de segunda fila que difunden el maltrato, que propician que el agresor es una
víctima de las circunstancias y que ¡pobrecito! la justicia no debe ensañarse
con él. Promulgan que el arrepentimiento es sincero y que es buena persona. Y
aquí la revista “Semana” se beneficia, a la vez que el propio autor (¿), de un
acto repugnante, porque el morbo de la gente no tiene límites, y saber que un
famoso ha pegado a alguien por un ataque de celos, vende.
Me siento
víctima de la barbarie televisiva, del abuso que se hace de la defensa de un
ser violento que, encima, obtiene
dividendos por las exclusivas cobradas a los medios y de querer cambiar los
cánones preestablecidos y tantas veces oídos de “No me explico cómo pudo
matarla, con lo buena persona que parecía.”