Hoy leo en la prensa una carta que
redacta Flor
de Torres Porras, fiscal delegada de Andalucía de violencia a la mujer y contra
la discriminación por identidad sexual. En ella, dedica unas
conmovedoras palabras a Luva, quien en 2004 perdió a su nieto y a su hija a
través de las puñaladas que recibieron ambos del marido y padre de ambos.
Esta
carta denota empatía, cariño, impotencia; pero también deja clara la falta de
compromiso que, por parte de quienes luchan contra el maltrato, impide
denunciar en mayúsculas al maltratador, y en este caso, asesino.
Flor
hace brevemente una introducción al caso de Luva, a su hija Irina, de 28 años
quien amamantaba a su bebé Sergio, de nueve meses y de cómo I.D., su yerno,
entró en la cocina, cogió dos cuchillos grandes y afilados y se dirigió hacia
ellos, clavándoselos a ambos, pero asegurándose de que Irina pudiese ver como
su hijo era asesinado antes de morir, mientras su asesino, apoyado en el quicio
de la puerta, sonreía al ver la escena.
La
brutalidad de este hecho, ocurrido el 28 de abril del 2004, hizo que se
apresara al asesino (presunto por aquel entonces), se le juzgara y se le
sentenciara a 37 años de prisión. Eso si, en su defensa, I.D. justificó su
agresión al hecho de que unas voces le indicaban que era eso lo que tenía que
hacer, que estaba fuera de sí. Esto es algo muy común en quien comete un
delito. La mente es difícil de analizar y se intentan salvar quienes cometen un
atentado, a través de aducir enajenaciones y otras tonterías.
¿Por
qué cuento esto hoy? Sencillamente porque en la carta y el correspondiente artículo
de el periódico El País, se ponen claramente los nombres de las víctimas, pero
no el de su asesino, quien se identifica sencillamente con I.D., sin hacer
mención a ningún dato que pueda revelar su persona.
Esto
sí me parece grave, gravísimo. Por respeto a Irina, a Sergio y a su madre Luva,
quien lleva el dolor cargado a sus espaldas hasta el día que muera, creo que
quien debe identificarse es el asesino. No poner I.D., sino decir su nombre,
apellidos, lugar de origen, su número de identificación fiscal, y hasta su foto.
La
justicia parece defender al asesino. Primero, llamándole presunto hasta en los
casos en los que comete su delito delante de testigos; segundo, ocultando su
identidad; y, en tercer lugar, editándose sentencias favorables como la de
Estrasburgo sobre la anulación de la doctrina Parot, que permite la salida a la
calle de asesinos y otros despojos humanos sobre quienes debería aplicarse la
inmediata extradición de este país, si son puestos en libertad.
Agradezco
a la fiscal Flor de Torres, el haber devuelto a la actualidad el caso de Irina
y de Sergio, porque, aunque haya sido para enaltercer su recuerdo, se ha vuelto
a hablar de dos seres inocentes que perdieron la vida a manos de un “no
identificado públicamente”.
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