Hoy es otro día donde me pregunto para qué valen las órdenes
de alejamiento. Un juez, después de valorar la situación a la que es sometida
una mujer la impone, pero esto no vale para mucho. Algunos sí que la respetan,
pero el verdadero asesino, ese que tiene un rostro impertérrito, al que nadie
acusaría de maltratar a una mujer, desoye lo que se le dicta. Sencillamente
porque es incapaz de respetar a una persona, menos aún de acatar una sentencia.
Su meta está clara: su pareja o ex pareja le pertenece y no tiene derecho a
vivir. Y la justicia se puede poner como quiera, pueden detenerle que saldrá,
pueden hincharle a demandas, que las sorteará, pueden amedrentarle con pena de
prisión, que antes de que eso ocurra, él cogerá un arma y terminará con la vida
de quien le pertenece.
El poder humano está muy por debajo de sus deseos.
Entonces, ¿por qué no se actúa de otra manera? Siempre lo he
dicho: al maltratador, cuando cruce la frontera del país, le dejaría hablar.
Antes no. El imponer una orden de alejamiento que alcanza unos cientos de
metros, no impide que se acerque, tampoco que posea un arma y dispare desde la
lejanía. Extraditado y sin pasaporte para que no pueda volver. Sinceramente
pienso que sería una solución que podría dar resultado, que evitaría muertes
como la de este fin de semana donde el maltratador, reincidente en pasarse por
el arco del triunfo la orden de alejamiento, ha disparado seis veces a su ex
pareja en plena calle.
Espero que esta mujer salga adelante, que su estado crítico
dé un vuelco hacia mejor y se enfrente a la justicia con la cabeza alta
pidiendo explicaciones.
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