Desestimados políticos:
Soy mujer.
Mi vagina, mi útero y mi matriz me han impedido ser una
persona completa. Hoy agradezco que el cáncer se los llevara por delante,
porque así soy menos femenina y no tendré que soportar nunca más los desagravios,
las amenazas y los insultos que tuve que escuchar durante mucho tiempo por mi
condición de género. Ojalá me hubiese sentido así de fuerte cuando empecé a ser
una mujer maltratada.
Después de mucho maltrato psicológico, decidí acudir por la
recomendación de una buena amiga, a una oficina de ayuda a mujeres víctimas de
violencia de género. Tenía la esperanza de que la psicóloga de aquel servicio
implantado en un pueblo costero de Murcia desde hacía poco, me animara, me
ayudara, me diera esa tabla de salvación que necesitaba para volver a vivir con
una pizca de dignidad.
Pero aquella mujer tras escucharme durante más de una hora,
de ofrecerme clínex para secar mis lágrimas, me dijo que podía ofrecerme
consultas en aquel despacho durante una
vez al mes, o privadas en su consulta a razón de 50€ cada vez que acudiese. Me
recomendó que leyese libros de autoayuda y que me olvidase de solicitar alguna
compensación emocional o económica para salir de la angustiosa situación que me
embargaba. “Si no te pega, no puedo
hacer nada”.
Y esperé a que me pegase, porque eso venía después del
maltrato psicológico. Y después de pegarte te mata, porque eso viene después
del daño físico. Y entonces volví a ver a aquella mujer que tenía la llave del
maltrato en muchos kilómetros a la redonda.
La psicóloga del CAVI me volvió a dar la misma charla que
meses atrás. Me envió a la abogada que trabajaba con ella y me aconsejaron que
me separase cuanto antes de mi marido. Si volvía a pegarme, directamente a
poner la correspondiente denuncia y con ese papel en la mano, acudiese de nuevo
a ellas.
Me pegó, denuncié y acudí a ellas un martes por la mañana.
Ese mismo día por la noche me volvió a pegar más fuerte porque la guardia civil
lo había llevado al cuartel para que declarase. Esa semana no pude salir de
casa, el cuerpo me dolía mucho y me daba vergüenza salir a la calle con la cara
amoratada y el labio partido. Llamé a la psicóloga para que fuese a verme,
necesitaba hablar con ella, saber qué podía hacer.
“Lo siento mucho,
pero no puedo ir a verte. Tienes que venir tú a mi despacho cuando te
recuperes”.
Solo le faltó decirme si no moría antes.
Diez días después estaba de nuevo en aquella oficina que
olía a amoniaco. Me sentía fuera de lugar, como si fuese a pedir limosna por
ser mujer, a sentir odio contra mi género, a despreciarme por no ser más fuerte
que mi pareja y ganar en la lucha.
Salí de allí con un montón de folletos informativos. Más de
treinta publicaciones diferentes con fotos de mujeres maquilladas llenas de
moratones, pero con los ojos chispeantes y no como los míos que estaban
hundidos entre grandes ojeras y de color parduzco. Junto a aquella vorágine de
panfletos, una solicitud para el juzgado. Tenía que ir a la comisaría donde
había interpuesto la denuncia para aportar un primer informe psicológico y
físico sobre mi estado emitido por el CAVI. Y luego volver a mi casa junto a mi
marido.
Ocho palizas más y un par de meses después, me llamaron
desde el juzgado del pueblo y tuve que ir a declarar. Volver a contar todo de
nuevo, llorar otra vez y sentirme amedrentada ante las togas que bailaban al
compás fúnebre de mi vida.
Me dieron una dirección a donde debía dirigirme para
protegerme de los golpes y los insultos. Allí pasaría, como máximo 30 días.
Después tendría que volver a casa sino tenía familiares o amigos que me
cobijasen en la suya. Me solicitaron un número de cuenta donde poder ingresarme
el dinero suficiente para mantenerme por mí misma durante ese mes: 412 €. Obvia decir que la cuenta
corriente estaba a nombre de mi marido y que jamás pude disponer de aquel
dinero.
Me informaron que si me separaba tendría derecho a esa ayuda
mensualmente durante un año, y que después ya no podrían hacer nada por mí.
Mi marido estuvo preso 72 horas y el juez dictó el divorcio
exprés que yo había solicitado por indicación de un abogado de oficio que el
sistema puso a mi disposición.
Estuve un mes viviendo en una casa a no más de veinte
kilómetros de lo que había sido mi hogar. A la psicóloga no volví a verla más
puesto que me trató otra mujer a la que tuve que volver a contarle todo de
nuevo. Me dieron la ayuda inicial durante un año, mientras una amiga me cobijó
en su casa. Durante ese tiempo le pincharon las ruedas del coche dos veces,
recibía llamadas a altas horas de la madrugada con amenazas de una voz
distorsionada. Yo no salí de su casa durante meses.
Se acabó la ayuda, se cansó mi amiga de soportar tanto y
volví al CAVI, pero ya había agotado todas las ayudas, así que bajé la cabeza,
pedí perdón a mi marido y volví a casa donde, tres meses después, había
abortado tras las patadas recibidas en el vientre.
Hoy, repuesta, tranquila, descansada de tanto golpe y tanto
insulto, solo quiero decir que me avergüenzo de haber nacido mujer, porque la
dureza con la que me han tratado no creo haber sido merecedora de ella.
Hoy quiero gritar a los trajeados que pueden dirigir mi vida
el domingo próximo, que no se molesten, que mujeres como yo ya no molestaremos
más. Que se ahorren las míseras ayudas que podrían llegarnos, porque se quedan
en los bolsillos de psicólog@s, de técnic@s, de
asesor@s, de
asociaciones, de fundaciones; que
la Ley de Violencia de Género es una excusa para quedar bien porque no está ni
bien hecha ni bien aplicada. Porque no se ha desarrollado, porque los políticos
se tiran los trastos a la cabeza por ver quién pone más dinero, pero que son
euros que no nos ayudan a vivir con dignidad, sino a llenar los bolsillos de
quienes rodean esta nueva empresa a la que han bautizado como “Ayuda a la mujer
maltratada, S.A.”
Quiero que se llame a una puerta y se abra de par en par,
que no haya exclusión de hombres y mujeres, que se dispongan más casas y más
ayudas mensuales a las víctimas, que se
reduzca el gasto en folletos y se den medios económicos e información directa,
que los encargados de ayudar a las víctimas tengan incompatibilidad sobre el
mismo asunto para trabajar en despachos privados, que se acuda al domicilio de
la mujer maltratada sin previo aviso para averiguar los casos reales de
violencia en el hogar, que se castigue por igual a hombres que a mujeres en
este aspecto, que el empleado público se desplace de su asiento para
entrevistarse con quienes padecen esta lacra y no quieren que se les
estigmatice por acudir a un CAVI o centro similar, que se recrudezca el código
penal, que se atienda a las estadísticas donde se observa la reinserción de un ridículo
número de presos por violencia de género y ese dinero se reinvierta en mejorar
la vida de las mujeres maltratadas, que se refuerce el número de forenses
psicológicos para evitar muertes de mujeres a manos de sus parejas o ex
parejas, que no se cobren los puntos de encuentro familiar, que no se rebajen
las penas por reconocer el delito, que quien tenga que irse del domicilio sea
quien maltrata, que sea el Ministerio correspondiente quien se enfrente al
problema y no a través de Fundaciones y de Asociaciones que se embolsan para
gastos administrativos la mayor parte de los fondos destinados a luchar contra
la violencia de género, que los políticos se involucren directamente y no se
laven las manos porque “una vez” aprobaron una Ley Orgánica que han dejado en
el armario, que las pulseras telemáticas se utilicen y no se queden en un
cajón, que aumente el número de policías que se dedica a velar por la seguridad
de las mujeres, que la condena se ajuste realmente al delito, a quien maltrata
y a quien miente para conseguir un beneficio del sistema, que sean conscientes
que mueren cada vez más mujeres en este país porque las penas aquí son menos
duras que en los países de origen, que se den cuenta que las órdenes de
alejamiento no sirven para nada porque siempre se saltan, que los responsables
de ver la gravedad en un caso de violencia de género con resultado de muerte y
la subestiman, sean co-culpables de dicho delito.
Pero esto no lo pido para mí. A mí ya me mató un hombre a
quien el sistema no vio peligroso , quizá porque estaban en campaña electoral.