Cuando una mujer maltratada levanta el teléfono y marca el
016, está dando el paso más importante de su vida, en lo que a relación de
pareja se refiere, en lo que atañe a su
propia seguridad y a la de sus hijos, y a reconocer el grave problema que sufre
del que , quizás, no ha sido capaz de hablar en muchos años.
Me he
encontrado con mujeres que temen hablar. El consabido miedo a volver a recibir
golpes y humillaciones, chantajes sobre los hijos, insultos, abusos sexuales… Ese pánico hace no levantar el teléfono, no
marcar el número, no pedir ayuda. Pero después, cuando vuelven a confiar por enésima
vez en las súplicas de su pareja, en los llantos forzados, en las palabras de
amor que ya resultan malsonantes; es cuando de pronto, sin mediar palabra,
reciben de nuevo un golpe o una palabra hiriente. Y entonces lloran. Y entonces
piensan en ese teléfono. Y entonces se arrepienten.
Son muchas
las mujeres que se han perdido en el camino por no pedir ayuda. Muchas las
madres que han dejado huérfanos a sus hijos. Demasiadas. Las estadísticas no
mienten. Los tabiques de muchas casas no son protectores de lo que ocurre
dentro, y los vecinos lo saben, y empiezan a denunciarlo.
La trampa
consiste en culpabilizar a los estamentos, a los políticos. Esos están
demasiado lejos del problema. Ellos son culpa del problema. No echemos tizones
sobre fuegos que no podremos apagar. Nos escudamos en que deben hacerse cumplir
las leyes, pero bien que nos apartamos cuando una pareja discute y él levanta
su mano sobre su mujer. Damos un rodeo para no ver una riña entre adultos, y si
vamos con nuestro hijo, incluso somos capaces de taparle los ojos y los oídos
para que no se percate de lo que ocurre. Craso error.
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