miércoles, 28 de mayo de 2014

ODIO A LAS MUJERES

La misoginia es un gravísimo problema que existe en algunos sectores altamente extremistas de algunos países. A veces, los castigos recibidos por las mujeres son tan brutales, que hasta los gobiernos han tenido que tomar medidas, al menos cara al mundo, para castigar a quienes cometen atrocidades contra las féminas.
En el mes de enero de este año, una mujer paquistaní tuvo que cumplir la pena de ser violada por un padre y sus dos hijos, como castigo por la relación “ilícita” que mantenía el hermano de ella con la hija y hermana de los violadores.
Aún persiste en Pakistán, como en tantos otros sitios, el “Código de honor” establecido por un consejo de “sabios” que dictamina penas por delitos cometidos en la comunidad.
En este caso, como se suponía que la relación del hermano de la castigada era “ilícita”, el deshonor debía ser vengado con deshonor, y por ello, esta chica de cuarenta años, sin conocimiento de lo que pasaba, se encontró asaltada en su domicilio, en el distrito de   Muzaffargarh, en el estado de Punjab y sometida por la fuerza a esta brutal agresión.
Ante la presión de medios sociales y políticos de presión, la policía detuvo a tres personas, dos violadores y el lider del consejo tribal; y aseguró Khan, el jefe de la policía que llevaba la investigación, que la mujer “solamente había puesto una denuncia por intento de violación” contra los acusados. Después se supo que lo había hecho debido a presiones policiales.
El problema de la mujer en países donde los regímenes extremistas proliferan, tal es el caso de Afganistán, Pakistán, India… aún se siguen dictaminando castigos al margen de la justicia universal y legalizada.
No debemos olvidar el caso de Lab Bibi, la joven afgana de 18 años que fue violada por un supuesto desaire de un pariente lejano, al responsable de su agresión.
El calvario de Lal Bibi comenzó el día 17 de mayo de 2012, cuando un grupo de policias se presentó en la jaima donde vivía con sus padres y, sin mediar palabra, la secuestraron. El jefe la entregó a  un hombre quien la encadenó a la pared y la violó y golpeó durante cinco días, como venganza a una afrenta de honor que le hizo un primo lejano a una de sus hijas. No se sabe si por una dote que no pudo pagar, o porque trató de escaparse de ella.
Por este hecho, Lal Bibi tuvo que pagar a su corta edad, con las costumbres de un clan que juzga e impone penas según su criterio, siempre pagadas por mujeres y dejando en libertad a quien comete el delito.
La historia de esta chica es demasiado grave como para que el mundo no la conozca, porque, aunque tuvo suerte de que su familia se volcó con ella y luchó contra todo y contra todos buscando justicia fuera de su entorno, el calvario por el que aún está pasando es sobrecogedor.
Consiguió desenterrar la idea de suicidarse, recibió el apoyo de movimientos globales, y hasta militantes políticos de su país (dudo que certeros cien por cien de la barbarie, al menos algunos de ellos) se volcaron con Lal, la ocultaron de su entorno y procuraron rehabilitarla del estado de horror que había vivido.

Hechos como estos se suceden demasiado a menudo en sociedades a las que en occidente se ampara bajo el escudo de la culturalidad. Contra ellos hay que luchar con voz fuerte y paso firme, pues el amilanamiento de quienes le rodean, hacen que no se conozcan muchísimos de los casos que ocurren.

martes, 13 de mayo de 2014

CONTRA LAS FALSAS ACUSACIONES

No creo que haya nadie que justifique la violencia de género como un acto meritorio del comportamiento de una persona, de una mujer en este caso. La conciencia social se ha vuelto muy intolerante con este tema. Ya no representa un tema tabú, nadie habla del maltratador como hace unos años, cuando se amparaba a quien levantaba la mano e, incluso, se aplaudía su actitud, como un síntoma de hombría ante una esposa “desviada”.
Ahora bien, la aparición de la Ley contra la Violencia de Género, igual que ha amparado a las víctimas, también ha supuesto un arma de doble filo hacia aquellas mujeres que, queriendo aprovecharse de los vacíos legales que la misma exhibe, han hecho de auténticos inocentes, víctimas perseguidas por la sociedad.
La mujer ha conseguido que se le escuche, que se le ampare; pero también, en algunos casos, gracias a Dios los mínimos, ha hecho de ésta un ser malvado, capaz de utilizar un derecho y un arma de defensa, en contra de aquellas féminas que realmente están sufriendo un calvario al lado de un hombre.
El caso de las denuncias falsas, arduamente puesto sobre el tapete por aquellos hombres agredidos, ha hecho que un tema tan doloroso se convierta en núcleo de atención en diversas charlas, y con ello, se desvirtúe a las auténticas víctimas de estos delitos que, lejos de acabarse, van en aumento.
El caso más llamativo del mal uso que sobre la Ley de Violencia de Género se hace, es el de una mujer que, sintiendo fobia a los insectos, encontró una cucaracha en su vivienda. Automáticamente, llamó a su marido al trabajo para que acudiese a matar dicho insecto. El marido, quien trabajaba a una distancia considerable del domicilio conyugal, le dijo que cerrase la puerta y no entrase, que aprovechase para darse una vuelta o hacer alguna visita hasta que él acudiese. La mujer, ni corta ni perezosa, llamó a los bomberos para que quitaran la cucaracha de la casa. Una vez realizada esta acción, la susodicha acudió a la comisaría de policía de la localidad con el fin de denunciar a su marido por no asistirla cuando le necesitaba. Tal cual. La denuncia siguió su curso, puesto que alegó maltrato psicológico, y el hombre tuvo que enfrentarse a una serie de comparecencias, hasta que se demostró cuál había sido el delito.
Parece un chiste, pero fue real. Sucedió en España en 2010. Igualmente, en ese año, un juzgado tinerfeño, recibía la denuncia contra el Gobierno Canario y dos ayuntamientos, de un hombre que había permanecido durante tres años sin poder ver a su hija, y otros cuatro años viéndola unas horas a la semana, mientras ésta  vivía parte de ese período con su madre en una chabola, al haberle denunciado la mujer por maltrato, demostrado posteriormente que era falso.
Martí T. de 34 años en 2010, a punto de marcharse de vacaciones con sus dos hijos pequeños, fue detenido por la policía delante de ellos, como consecuencia de una denuncia por presuntos abusos sexuales a los menores, propugnada por su ex mujer. A partir de ese momento, un auténtico calvario fue el vivido por este hombre quien, sin comerlo ni beberlo, vio como ingresaba en prisión para cumplir una pena preventiva en espera de juicio.
Posteriormente se comprobó, por los médicos forenses (a los cuatro meses), que ni el padre ni ninguna otra persona había abusado de los niños, sino que se descubrieron indicios claros de que los pequeños habían sido “presuntamente”, inducido por la ex cónyuge de Martín, para que “recitaran” una serie de acusaciones contra su padre en ese sentido.
Hoy, con una sentencia donde se le otorga la total libertad, y después de haber sufrido este hombre lo indecible, nadie pide perdón, nadie inicia una acusación particular contra su ex mujer, nadie le resarce de los cuatro meses que pasó en prisión.
Muchos más cercanos son casos de separación donde la mujer echa mano de la Ley que la debe proteger, para sacar beneficio propio.
Es una pena que un arma que debe utilizarse  para ayudar a una víctima, se convierta por el mal uso y la desvergüenza, en un medio de presión para alcanzar unos objetivos, haciendo un manejo desorbitado del mismo.
Señores, denuncien. Ante cualquier atropello sin sentido, tan inocente es una mujer como un hombre, y para eso existen otras leyes que deben de ampararles.

Ahora bien, ante el maltrato demostrado, aténganse a las consecuencias, porque las penas, deberían ser más duras.