lunes, 28 de abril de 2014

DE PIROPOS Y REBUZNOS

Martina pasea por el parque de la mano de su hijo de cinco años. Comentarios sobre el colegio del niño, sonrisas y tranquilidad. Pasan cerca de  un puesto ambulante y el niño pide unos caramelos a su madre. Martina accede, y presta, se para frente al vendedor y le pide los dulces que el niño agradece con una sonrisa a su madre. Le entrega un billete al hombre y este, al darle el cambio le dice: “Con ese cuerpo, le hacía yo otro niño en menos que canta un gallo”. Martina, enfurecida, agarra con fuerza a su hijo y camina a paso agitado. El niño le pregunta entonces, por qué le ha dicho eso el hombre desconocido a su madre. Su madre calla, pero ya le han fastidiado el paseo y decide que deben volver a casa.
 
Laura ha quedado a las seis de la tarde con unas amigas. Es casi la hora y camina a paso rápido por entre las calles del pueblo. Se ha arreglado porque piensan ir al cine, a la segunda sesión. Se puso el pantalón corto, una camiseta de tirantes y unos zapatos de plataforma. Lleva una chaquetita doblada sobre el bolso cruzado. Engalana su caminar con la melena suelta y un poco de brillo en los labios. Ve a lo lejos un grupo de hombres fumando a la puerta del bar. Piensa en las amigas. Llega tarde sino agiliza el paso. Su pensamiento no la deja darse cuenta de los codazos que se dan entre los hombres de la cerveza en la mano. Al pasar junto a ellos, le suela uno: “Mira que tetitas tiene la niña, se las chupaba durante horas”. Laura se sonroja y avanza más rápida. Continua calle abajo. Ya no piensa en las amigas, sino en no encontrarse a nadie más por la calle. Le ha dado vergüenza la barbaridad que acaba de escuchar, y se echa la melena hacia delante, tapando su pecho.
Continua andando y al doblar la esquina, dos chicos jóvenes casi tropiezan con ella. Uno se le queda mirando y dice: “vaya culito, dame media hora y sabrás lo que es un sobo” Laura camina aún más rápido, a la vez que desdobla su chaqueta de punto y se la pone tapando el trasero. Se para. Coge el móvil y busca un número en la agenda: “Hola, soy yo, Laura. Que no puedo ir al cine, tengo un imprevisto en casa. Nos vemos mañana. Chao”. Se da la vuelta. Ve la parada del autobús y decide volver a casa. Esa tarde no le apetece nada más que sentarse en el sofá de casa y ver la televisión.

Siempre defendí el piropo como obra de arte. Había verdaderos agasajos a la belleza femenina que, antaño, hacían gracia, tenían cierto donaire e, incluso, algunos escritores recogieron para sí en sus obras. Esa época pasó, como pasó el respeto, el saludo, la cortesía, y otras tantas cosas que han hecho de la sociedad actual, un hervidero de machismo, de malos modos, de insultos, de prepotencia masculina ante el cuerpo de una mujer, de querer convertirla en un simple objeto y diana de improperios y mal gusto.
Hoy ya no hay piropos en la calle. Lo único que se escucha son rebuznos, maleducados que se crecen ante las risas de quienes les escuchan. Es una bravuconada de tan mal gusto, que pueden llevar a amargar la tarde a una señora que escucha lo mismo que su hijo de cinco años, o de una adolescente que, simplemente por vestir a la moda, recibe improperios que le hacen sentirse mal. Igual que un acto destroza una vida, una palabra mal sonante va haciendo mella en la mujer y ésta puede llegar a tener miedo de salir a la calle.

Quienes hacen de estas proclamas su enseña, deberían ser multados. Igual que si escupes en el suelo o fumas dentro de un recinto. La calle esta hecha para las personas, las cuadras para los que insultan.

miércoles, 16 de abril de 2014

SALVAME Y NO ME DATES

Siempre he afirmado que la mujer no es un dato estadístico. Así aparece en la portada de mi libro ¡Zorra!. Pero parece ser que la información que llega a las féminas continua amparada por un % de denuncias, delitos, fallos judiciales, órdenes de alejamiento, etc.
Así los datos marean, ninguna mujer puede sentirse identificada, y creo, sinceramente, que la información que debe llegar a una persona maltratada, tiene que ser mucho más sensible con su situación.
Cuando alguien está recibiendo golpes, de poco importa que esté dentro del veintitantos por ciento que los reciben en su país; si pone una denuncia, tampoco le interesa saber que es una más del tanto por ciento que lo hace en la misma comisaría; si asesinan a una amiga, de poco le sirve conocer que tras ese entierro, aumenta considerablemente el tanto por ciento de mujeres enterradas por violencia de género.
Los porcentajes solamente sirven para reprochar a la cara de los dirigentes en la materia, que no están haciendo nada, o que las cosas que ejecutan no son las que se deberían emprender.
Hasta la Guardia Civil se ha quejado de que casi la totalidad de los agentes que atienden a víctimas de la violencia de género, no están cualificados para dicha tarea, que no saben qué hacer, qué decirles, cómo apoyarles.
Hay veces que quien, por supuesta capacidad según su puesto de responsabilidad en este tema, acude a ayudar a una víctima de violencia de género, y lo único que hace es empeorar su estado. Todo por falta de capacidad, de involucración o de preparación. Yo siempre me inclinaré por esto último, puesto que me cuesta mucho creer que alguien ejerza una profesión por obligación y no por devoción, cuando de materia tan delicada como esta se trate.
Estamos en una sociedad conformista, donde la culpa no es en absoluto de quien recibe el mensaje, sino de quiénes y cómo lo dan.
Cuando una persona maltratada quiere denunciar, la pregunta es ¿después qué? Y a ello suelen saber responder muy pocos, porque no hay medios para solucionarle el problema, porque la justicia determina que vuelvan a su hogar a esperar otra paliza o, sencillamente, no saben qué hacer, dónde enviar a la víctima porque carecen de la información necesaria para responderle.
Ayer mismo, un juzgado de Barcelona, admitía a través de las pruebas forenses, que la última fallecida a consecuencia de violencia de género en esta provincia, lo había hecho a raíz de sufrir un aneurisma cerebral. Esto motivó que su pareja, acusada por el juzgado de violencia de género correspondiente, fuera puesto en libertad sin cargos.
¡Qué bien! Daba igual que esta mujer ingresase en un hospital con magulladuras y golpes por todo el cuerpo, hecho que motivó el  poner en marcha el dispositivo de alerta ante una situación de violencia de género. Pero parece ser que no. El juez debería pensar que las vacaciones de Semana Santa estaban próximas y pasando el tema a otro Tribunal, no de violencia de género, estaría un poco más libre.
Todos sabemos que el aneurisma cerebral se puede provocar por un golpe en el cráneo, amén de otros problemas congénitos del paciente. Asi que si sumamos la entrada en el hospital por lesiones y la muerte por aneurisma, dos y dos son cuatro. Que cada cual saque sus propias conclusiones.
Una cosa es cierta, estas mujer no entrará en ninguna estadística y así todos los que realizan las estadísticas estarán un poco más contentos. Por eso opino que no sirven de nada los número frios y calculados, límites a los que llegar y a los que no, variables y datos que al final nos estampan en nuestras propias narices, tras leer informes de la Unión Europea, que hasta los datos enviados por nuestro país son falsos.

martes, 1 de abril de 2014

LA TECNICA DEL AVESTRUZ

Cuando los medios de comunicación se vuelcan en hacer caso omiso al tema del maltrato, algo no funciona nada bien.
En España, cada vez son menos los que hablan abiertamente del tema. Las víctimas son enunciadas como un número en la estadística del Ministerio de Asuntos Sociales, que rara vez actualiza datos, pues necesita de una investigación postcausística, para incorporar a una mujer asesinada a su listado. Aunque sea evidente el homicidio, las peleas denunciadas (a veces solo en televisión) por los vecinos, los signos evidentes de sufrimiento, las veces que haya ido esa mujer a denunciar a su pareja o ex pareja…
Son muchos datos los que hacen que seamos capaces de deducir que ha sido violencia de género y nosotros mismos llevemos un listado de los asesinatos cometidos contra mujeres en nuestro país.
Cuando se da la noticia, una breve reseña de algunos segundos, una mera imagen del lugar de los hechos, o a lo sumo algunos vecinos consternados; o bien el nombre de pila de la difunta y las iniciales del presunto agresor, es lo único que nos dejan para dilucidar cuál es el problema. Poco más.
Se habla mucho en estos días de la violencia de género, del repunte desgraciado de víctimas, pero no varía la información que sobre ellas se da. Cada mujer es una historia, una vida rota, la suya propia y la de los familiares que la querían, de unos hijos. Creo que se merecen más ellas que unos famosillos perdidos en una isla. Pero la televisión no ayuda a divulgar, solo espera que el gobierno pague unos anuncios que, según encuestas realizadas en los últimos días, aún no han conseguido que el 30% de la españolas, sepan que existe un 016 para que se las atienda si son víctimas de violencia de género.
Normal. En varias comunidades autónomas españolas no existe ese número, es camuflado por el 012, el 112, etc.
En Argentina, la presentadora Susana Jiménez, preguntó en el programa que realiza en televisión, a una famosa supuestamente maltratada: “¿Has hecho algo para que él te pegue?” Por favor, y solo una pequeña parte de la población se sintió dolida con esa pregunta. El resto ni se inmutó.
En Brasil, por ejemplo, más del 80% de los hombres piensa que una mujer violada  lo es porque ella se lo ha buscado al ir tan provocativa. El influjo animal diría yo.
Cuando leemos la prensa, breves reseñas hablan de violencia de género. Notitas en las esquinas de las noticias de economía o regionales, nos hacen saber si un juzgado ha resuelto un caso u otro, si hay una pena impuesta para un asesino.
Parece que el morbo es lo único que crea audiencia, lectores y escuchantes de radio. Los reportajes más atrevidos siguen sin ver a la mujer como una auténtica víctima, mientras al maltratador lo siguen tratando con ese respeto inmerecido de poner solamente sus iniciales.
Y aún preguntan los miembros del gobierno, las asociaciones, los supuestamente encargados del tema, si está pasando algo. Claro que pasa, sencillamente, que no es aún un tema tomado en serio. Mejor actuar como el avestruz y seguir con estadísticas y estudios que lo único que dejan entrever, es la inutilidad de un sistema que no ha sido capaz de rebajar siquiera el número de mujeres que padecen esta lacra